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El Santucu llena San Esteban de recuerdos y de fiesta

El Santucu llena San Esteban de recuerdos y de fiesta

No hay un sólo rincón en San Esteban que no tenga un significado. Ni un sólo espacio que no recuerde a algo, a alguien, o a ambas cosas. Este pueblo, ubicado cerca del cielo de Peñamellera Baja, tiene una magia especial que uno es capaz de sentir tras la ascensión, desde la nacional 621, a esta aldea en la que, durante el invierno, viven ocho personas. Hoy eran decenas los que llenaban de color las callejuelas empedradas, resquicios de pasos angostos entre casas que un día, hace tiempo, fueron cuadras. Era la época en la que el ganado fue sustento principal de aquellas gentes que, tiempo atrás, fueron muchas.

Hoy el trasiego era diferente, a lo de antaño y a lo del invierno, la fiesta de San Esteban, del Santucu, como ellos le llaman, es capaz de reunir a los que ya se habían marchado, a los que un día llegaron y nunca se fueron, y a los que nunca fallan a la cita festiva. Oriundos y allegados, vecinos de Peñamellera y del pueblo cántabro de La Hermida, amigos y turistas, tiñeron hoy de bullicio el Pueblo Ejemplar, donde el son de la gaita y el tambor del Grupo Principado retumbaba por el valle.

La pequeña capilla, a la entrada de este rincón peñamellerano, representa el alma de los que allí habitan. Allí, en aquel pequeño espacio donde apenas caben tres decenas de personas, se reunieron todos para honrar al Santucu en una misa cantada por el coro de La Hermida, oficiada por el párroco de Peñamellera, que ¿encantado¿ acudía por primera vez a este lugar, para formar parte de la liturgia y formar una procesión que encabezaban los gaiteros, la imagen santa y decenas de fieles que recorrieron la Fuente El Cau, El Pueblu Baju, La Calleja, La Plaza y Lileja para devolver al santo de nuevo a su capilla, hasta el año venidero.

Justo después, la pequeña Silvia Rueda, de 9 años, con origen en esta aldea, leyó un cuento en donde narra ¿las charlas que tiene con su amigo Esteban¿, con quien ¿cada tarde¿ conversa ¿animadamente¿. Él -el Santo- ¿me responde con hechos¿ como, apuntó, ¿deberían de ser los amigos¿. El suyo, amigo imaginario para algunos, ¿está ahí, representado en el altar, yo le cuento todo lo que me pasa en el cole, incluso cuando las incrédulas amigas sienten envidia por no tener un amigo tan especial¿ que mora en San Esteban, en esta minúscula capilla que da la bienvenida a las gentes que llegan.

San Esteban se llena de historias

Una capilla austera y sencilla, pero llena de historias.

Porque en San Esteban hay un colectivo que se encarga de respetar la cultura en la que han crecido y, por ende, la historia que han formado. Es la Asociación Cultural Vigueras, que organiza la fiesta y todo lo que de ella se desprende. Como los homenajes. Cada año, desde hace 16, este grupo de entusiastas, aprovechando la celebración del Santucu, homenajea a un vecino que, a lo largo de su vida, haya mostrado cercanía y cariño hacia San Esteban. Esta edición se pretendía, y así se logró, hacer un ¿merecido homenaje¿ a la mujer. ¿A la mujer luchadora que ha sufrido en silencio y que no se tuvo nunca en cuenta¿, subrayó Manolo Corces, miembro del colectivo cultural.

Basilia López era una de ellas. Murió ¿hace algún tiempo¿ y había nacido en San Esteban el 17 de octubre de 1895. ¿Lo de nacer en el pueblo es un decir¿, matizó Corces, ¿porque ella era de aquella cabaña que está allí¿, señala apuntando con el dedo a la ladera de un monte, a un pequeño habitáculo de piedra rodeado por abundante vegetación y plena naturaleza, en El Cuetu. Un sitio donde el agua y la luz tardó en llegar más de lo normal. Donde los caminos no permitían nada parecido a un vehículo a motor de cuatro ruedas. Un sendero por el que, con todo el esfuerzo, los que pudieron iban a la escuela y por el que no tenía más remedio atravesaba con su ganado. Y allí estaba ella, ¿Basilia siempre tenía un vaso de café para el crudo invierno, o algún licor¿ para pasar antes del frío al calor. ¿Nunca pedía nada a cambio y siempre mostraba su hospitalidad de una forma desinteresada¿.

Ella, ¿que fue marginada¿ por sus circunstancias personales y por ser mujer, ¿por sacar a sus cuatro hijos adelante sola¿ sin necesidad de un hombre al que unirse. ¿Siempre vivió allí, en la misma cabaña en la que había vivido su padre¿, cuenta Corces. Siempre austera, siempre escribiendo su vida entre montes, praderas y bosques. ¿No tuvo facilidades, ni muchas tierras ni mucho ganado¿ con lo que a menudo fue capaz de salir adelante ¿gracias a los vecinos¿.

A Basilia la ayudaron en vida devolviéndole un trozo de todo el cariño que ella daba. Sus hijos, Rafael y Felicidad, recogieron un cuadro de la cabaña y un ramo de flores como detalles del homenaje póstumo en la plaza de su pueblo.

Un nuevo árbol para El Corral

Allí mismo, en ese lugar donde redunda todo lo que sucede en los pueblos, bajo inmensas sombras y mágicos detalles de la naturaleza, rodeada de sus amigos, fue también homenajeada Charo Villar. Una cántabra que conoció San Esteban en el año 1979 y se quedó prendada de su belleza, y del alma de sus gentes. Ella ni nació ni se creo´entre las altísimas montañas que protegen la aldea. Pero un día, ¿empezó a formar parte del mapa emocional¿ del pueblo. ¿Sin darnos cuenta nos acostumbramos a ella¿ y conocieron a una ¿correcaminos incansable¿ que sabe ¿como nadie captar imágenes¿ de rincones que a los propios vecinos pasan desapercibidas. La promoción de San Esteban en las redes sociales y ¿el aire fresco que aporta a los valles¿ recibió también ¿un homenaje que brota del sentimiento¿ y, como es tradición, un pedazo de este territorio.

Porque la Asociación acostumbra a regalar un árbol y el terreno en el que se planta al homenajeado anual. ¿Un pedazo de San Esteban¿ que se acredita con escritura pública que en el sitio de El Corral, Charo tiene un avellano de nombre Manuel -un hombre del pueblo que ¿la marcó¿-, por petición expresa de la galardonada. Así pues, ¿sepan todos los vecinos y moradores de este lugar que el 5 de agosto de 2016 se ha tenido a bien ceder un pedazo de nuestra tierra¿ a esta mujer que acudirá puntual a ver ¿crecer abundante¿ a su avellano ¿del que podrá recoger sus frutos¿, unos frutos que tanta hambre saciaron cuando en San Esteban, ni tan siquiera había un acceso rodado, cuando aún era una aldea perdida y nadie había descubierto su belleza inmortal.

Referencias

Diario del Oriente